Mi horrible experiencia en el sistema educativo (Primaria)

Ahora voy a hablar de realidad, por desgracia. De mi realidad, la que viví cuando tenía nueve, diez, once y doce años. Y como ya os habréis imaginado, no se trata de una realidad feliz, ni mucho menos. De hecho, yo me he atrevido a ubicar en ese tiempo el inicio de mis problemas. Problemas que aún me acompañan a día de hoy. Seguramente habréis deducido por el título que me voy a quejar del sistema educativo, pero no. Al menos no en esta entrada, la cual se centra en una persona en concreto que yo considero que tuvo la culpa, aunque sé que esta no hubiera existido de no ser por dicho sistema. He decidido mantener su anonimato y no decir su nombre, el cual puede que algunos que la hayan conocido averigüen cuando explique su "modus operandi". 

Brujas yendo al Sabbath (1878) Luis Ricardo Falero

Antes de empezar debo aclarar que yo no soy una persona normal, y digo esto para que no penséis que a vosotros os pasó lo mismo y no sufristeis. Yo sí. Con nueve años. Porque hasta ese momento todo me iba bastante bien. Desde el parvulario tuve la misma amiga, pero para mí era suficiente, y recuerdo tercero de primaria, cuando tenía ocho años, como el mejor curso de mi vida, y al profesor que me dio clase entonces, como al mejor de todos. Me sentía tan bien que me atrevía a levantar la mano en clase para hablar algunas veces, me encantaban las explicaciones que daba el profesor sobre cualquier tema, leía miles de libros en la biblioteca del colegio en las horas de religión (yo era la única del centro que solicitó la exención), iba a actividades extraescolares los martes (ajedrez y pintura), participaba en las funciones escolares (con mucha ansiedad), y al final de curso recuerdo ponerme triste porque empezaban las vacaciones. Esto último ya es para que me encierren, en serio. No me reconozco, y no obstante, visto todo lo que pasó después, me hubiera gustado vivir siendo esa persona. Aunque así ya no existiría este blog, por ejemplo.

En cuarto de primaria empezó a darme clase una profesora, temida por muchos alumnos, que sólo daba en sexto curso, y algunas veces, en quinto. Aquel año dio a cuarto, y ese es un misterio que a día de hoy sigue sin resolverse. ¿La profesora me vio y decidió ir a por mí? ¿O es que el destino es tan cruel que tuvo que destruir el equilibrio que tanto me había costado alcanzar? En cualquier caso, ella apareció y no me soltó hasta que terminé primaria. Esos tres años fueron prácticamente iguales, excepto porque el último fue el más difícil, y porque mi única amiga se fue en quinto curso a un colegio privado, y me alegro por ella puesto que también lo pasaba bastante mal en clase, aunque yo me quedé completamente sola a partir de entonces. Así pues, voy a contar todo lo que viví sin especificar los años, ya que estos fueron indistinguibles para mí.

La profesora era una persona visiblemente obsesionada con tener a los alumnos mejor preparados de todo el colegio, poniendo así más deberes que en toda la ESO, enseñando a veces Matemáticas y Lengua del instituto, haciendo leer una adaptación del Lazarillo de Tormes y otra del Quijote con sus respectivos trabajos, poniendo otro trabajo sobre las religiones del mundo (a mí me tocó el Islam y me volvió a tocar en el instituto, de modo que soy toda una experta), y muchas otras cosas. Nos avisaba de lo dura que iba a ser la secundaria, y el primer curso de la misma pude ver que se equivocaba, porque los de mi colegio fueron los únicos del grupo de clase en sorprenderse por tener tiempo libre. También insistía en que fuésemos a verla en cada trimestre con nuestros sobresalientes del instituto. Ni qué decir tiene que yo no fui. Tendría que haberme secuestrado para eso. Y esta era la razón de que fuese admirada por los demás docentes y por los padres de los alumnos, e incluso, por los propios alumnos. Porque, aparentemente, conseguía prepararnos. ¿Lo conseguía? No. Pero limitémonos a los hechos. Mi intención principal no es la de juzgarla a ella, sino la de contar mi propia experiencia.

Todas las tardes, de todos los días menos el fin de semana, yo me quedaba encerrada en casa haciendo deberes. Nada más. No hacía ninguna otra cosa aparte de comer y dormir. Y dormir poco. De hecho, dejé de leer. En las horas de religión ya no podía ir a la biblioteca, me quedaba en clase haciendo deberes, y en casa antes de acostarme ya no tenía tiempo para leer los libros que me compraba. Muchísimas noches acabé llorando de la impotencia ante la bronca de mis padres por lo tarde que era y por los deberes que yo aún no había terminado. En los recreos estaba sola y triste sentada en las escaleras, y en el autobús de camino a casa solía llorar en silencio pensando en la carrera contrarreloj que me esperaba al llegar. ¿Y cuál era la reacción de las personas de mi entorno? Pues la siguiente.

En las reuniones de los padres con los profesores a principios de curso, mi madre no se atrevía a decirle nada a la profesora, pero oía cómo las otras madres alababan el que sus hijos estuviesen ocupados toda la tarde, e incluso pedían que aumentase las tareas puesto que muchas veces los veían ociosos. Así que ahí quedó la cosa. No obstante, yo tengo un hermano pequeño. Y a él también le dio clase esta profesora después, en quinto y sexto curso. Lo habitual. Mi hermano asistía a clases de tenis por la tarde y, como era de esperar, no le daba tiempo a ir y a acabar los deberes. Entonces mi padre tomó cartas en el asunto y fue a hablar con ella directamente. Más de una vez. Porque esta señora no podía cambiar algo tan importante como los deberes, y se excusaba diciendo que eran pocos. Mi padre se enfadó mucho. Pero no por mí. Es más, en una ocasión le oí decir que para él era igual que yo estuviese encerrada en casa haciendo deberes que haciendo mis dibujos.

Pero volvamos a mis compañeros. ¿De verdad estaban ociosos? Por supuesto. Yo cada día asistía a las competiciones que algunos llevaban a cabo para ver quién terminaba antes los ejercicios, y muchas veces comprobaba también cómo los hacían mal, sin copiar enunciados, y con letra ininteligible. O peor aún: cómo no los hacían. De ahí el continuo y desquiciante optimismo de algunos. Ante esta situación la profesora podía pasarse veinte minutos despotricando contra ellos y contra su irresponsabilidad, y hablando sobre las desgracias que les caerían en el futuro y bla, bla, bla. El alumno en cuestión aguantaba estoico, como si la cosa no fuera con él, y esperaba a que otro compañero tuviera hecho el ejercicio, algo que no pasaba, y entonces el enfado y la inexplicable sorpresa de la profesora ante la invariable rutina aumentaban. Al final me tocaba el turno a mí, y yo lo tenía hecho siempre. ¿Por qué? ¿Porque yo era la primera de la clase? No. Porque yo le tenía un pánico irracional.

Para dejar esto más claro, voy a relatar el peor día que tuve con ella. A esta profesora le encantaban las matemáticas, o al menos las consideraba lo más importante del mundo. No le gustaba ni el cine ni la literatura. En una palabra: no vivía. Pero como todo profesor de Matemáticas, no sabía explicarlas. Bueno, no sabía explicar nada, porque nuestra rutina consistía en corregir deberes en voz alta y copiar sus resúmenes de la asignatura de teoría del encerado, los cuales yo me chapaba y ponía tal cual en el examen, sacando nueves y dieces. Y se pasaba el horario por el forro del abrigo para impartir Matemáticas a primera hora de la mañana todos los santos días. Para quitárselas antes de encima, decía. Mandaba más deberes de esta asignatura que de ninguna otra. Y yo no sabía hacerlos. Por eso les pedía ayuda a mis padres, quienes tenían todavía menos paciencia para explicar y más mala leche para reñir que ella, sobre todo mi padre, además de licencia para... castigar. Y aun así, yo prefería acudir a ellos que a la profesora. Pero esta no era tonta. Se daba cuenta de que yo llevaba los deberes bien hechos pero suspendía los exámenes de Matemáticas, así que un día pilló a mi madre a la entrada de clase y le prohibió que me ayudara. Y me lo dijo. Y yo me pasé el resto del día con una angustia y una tristeza horribles. Al llegar a casa les supliqué llorando que me ayudaran igualmente, que si no yo no sabía qué hacer... Al final, viéndome así de desesperada, mi madre se apiadó de mí y siguió ayudándome con algo más de paciencia para asegurarse de que entendía lo que me explicaba. También me avisaba de que si no, sólo tenía que levantar la mano en clase y pedirle a la profesora que repitiese la explicación, algo que esta también decía que no le costaba nada hacer. No obstante, cuando un alumno se atrevía a preguntar, la irritabilidad de ella era más que notable. Y ese no era el único problema. Preguntar en clase implica estar pendiente de la explicación, del estado de ánimo de quien explica, y de la reacción de tus compañeros que supuestamente están esperando por ti. En resumen, una situación impensable entonces y ahora. También recuerdo el día en que nos enseñó a dividir con más de una cifra en el divisor. Dio la explicación en cinco minutos y luego dejó unas cuentas en el encerado que había que hacer en clase y en casa. Yo me pasé la mañana mirando para ellas, y luego me las explicó mi padre. Como siempre, no entendí nada porque o soy tonta, o mi cabeza funciona de otra forma, y supe que al irme a dormir me iba a olvidar de aquel galimatías, cosa que pasó. Por suerte estuvimos toda la semana con las cuentas, y lo único que tenía que hacer era asegurarme de que la profesora no descubriera que no las entendía, y de que mi padre no me matase por eso.

Cuando digo que todos los días eran así, es porque todos los días eran así. Excepto las vacaciones. Lo único que esa profesora no hacía era mandar deberes para los días festivos. Sólo entonces teníamos derecho a descansar, aparte de si se ponía enferma, que solía ser gracias a una gripe anual que duraba una semana. Una milagrosa semana en la que no había absolutamente nada que hacer. Pero cuando ella sabía que iba a faltar a clase porque tenía algo pendiente en su vida privada, la cosa cambiaba bastante. Digamos que no tardé en pasar rápidamente de la ilusión al terror porque llegaran esos días. La profesora, antes de marcharse, dejaba sobre la mesa una risible pila de folios, e instrucciones precisas al profesor de guardia para que los repartiese en la correspondiente asignatura. Dichos folios eran una ingente cantidad de ejercicios que había que empezar a hacer en clase y terminar en casa, habiéndose asegurado previamente de que estos no se pudiesen acabar antes de ninguna manera. Y después tampoco. Si querías dormir. De hecho, la cantidad aumentaba para las próximas veces si intuía que a alguien le había dado tiempo a terminarlos en clase. Yo no sabía si matar a esa persona o si matarme yo.

Aprovechar el tiempo era muy importante para esta profesora. Tanto, que muchas veces se quejó de la existencia de las clases de Inglés, de Gimnasia, o de Música, las únicas que ella no daba. O de las excursiones al teatro, al museo, o adónde fuese. Todo lo que no consistiese en estar haciendo deberes era perder el tiempo. Y esto nos quedó muy claro a todos el día en que, al volver del recreo, descubrimos que alguien había roto una de las plantas que ella cultivaba al fondo de la clase. Se enfadó tanto que dijo que hasta que no apareciese el culpable no volveríamos a ir de excursión a ningún sitio. Esto causó tensiones entre nosotros, así como chantajes de todo tipo por parte de aquellos que intentaban desesperadamente acabar con la injusticia. Por fin, un día supimos que el culpable fue un alumno de otro curso, y se lo dijimos a la profesora. Y cuál sería nuestra sorpresa cuando ella nos dijo que ya lo sabía, y que se había servido de la situación para evitar perder el tiempo con excursiones y así avanzar en la materia. Pero que lo había hecho por nuestro bien, claro está. Recuerdo el silencio incómodo, e imagino que todos pensábamos lo mismo: esta persona ha hecho algo malo, ¿somos quién para juzgar? Y lo más importante, ¿somos quién para hacer algo al respecto? Ni lo uno ni lo otro. Lo más lógico hubiese sido sacrificarla y acabar con su sufrimiento, y de paso con el nuestro. Pero somos seres racionales. No descuartizamos a nadie por fuera, sólo lo hacemos por dentro.

Pero no todo era malo en ella. Había una parte muy notable que consistía en agradar a los padres de sus alumnos, aunque quizás esta fuera realmente su única motivación en la vida. A la profesora tampoco le gustaba el dibujo. En cambio, le gustaban las manualidades, y a eso dedicaba la asignatura de Plástica, además de a costura y a marquetería (casi pierdo un dedo con la sierra ese año). Sólo había dos razones para que ocupase su tiempo con la asignatura de Plástica en vez de dar clase. Una era cuando el director del colegio le había encargado hacer un determinado mural, y la otra cuando se acercaba el día de la madre. Entonces buscaba las manualidades más originales y los bordados más bonitos para que todas las madres tuviesen un regalo maravilloso gracias a ella. Aunque nunca le diesen las gracias. También se esmeraba especialmente en las funciones de fin de curso, ya que sabía que todos los padres estarían presentes ese día. Buscaba las obras de teatro más graciosas, las cuales tenían mucho texto y pocos personajes, de manera que sólo participaban en ellas los alumnos más simpáticos y con más memoria. Con sólo deciros que una de esas obras iba de un matrimonio discutiendo en la cama...

Y esto es todo lo que recuerdo. Todo lo que me he atrevido a contar. Y no ha sido nada fácil. Aunque sí necesario. Espero que vosotros también lo veáis así. Esta profesora ya murió, pero otras personas como ella están dando clase en estos momentos. Están creando traumas como el que yo tengo. Y considero que no debería ser así. Que nada de lo que cuento debería haber sucedido. No ha sido fácil hablar de ello. Me ha costado mucho y lo he pasado muy mal. He ido del llanto a la ira y he tenido que parar muchas veces. Ante estos recuerdos sólo puedo preguntarme insistentemente qué clase de monstruo le haría esto a alguien, pues no lo veo justo ni para un enemigo. Y yo no lo era. Era una niña inocente. La única respuesta que se me ocurre es que ella realmente no sabía lo que hacía. Una prueba de esto es que un día le dijo a mi madre que siempre me veía sola y triste, y que cuando alguien hacía un chiste tan bueno que ni ella podía reprimir la risa yo no reaccionaba, así que le preguntó si había algún problema en casa. Su inocencia me enfureció aún más, pero lo único que hice fue levantar la vista de mi libreta cada vez que los oía desternillarse, y forzar una sonrisa de autómata para encajar. Soy capaz de entenderla, de darme cuenta de que no podía evitar poner deberes igual que yo no podía evitar hacerlos, y no me cabe ninguna duda de que si me hubiese convertido en una profesora hubiese sido como ella, porque ninguna de las dos éramos normales. Pero el desconocimiento de sus acciones no la redime de su culpa. Ni a ella ni a nadie. Y si instituciones como la educación, que forman a futuros adultos, se preocupasen más por crear personas en vez de máquinas idénticas entre sí no pasarían estas cosas. Sé que la mayoría de alumnos que la conocieron no vivieron lo que yo porque sabían cómo apañárselas. Podéis contármelo en los comentarios. Aquí están los hechos. Ahora juzgad vosotros. Y si podéis, haced algo al respecto.

Comentarios

  1. Mira que he tenido profesores nefastos en mi vida de estudiante (por desgracia, mucha más cantidad de malos que buenos), pero como esta... Asuntos como el de la planta rota me dejan flipando. Es una pena que existan personas así con un cargo tan importante, que influyen tantísimo en las personas y tienen una responsabilidad que no saben manejar. Lo peor es que levantas una piedra y salen miles.

    Sé lo que te ha costado contarlo. Espero que te haya servido para desahogarte.

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    1. A mi modo de ver, los profesores nunca pueden ser buenos porque están atados por un sistema que los obliga a ser así. No les han enseñado a ser de otra manera. Si siguen el ejemplo de sus propios profesores, como me pasaría a mí, sería una cadena que nunca se rompería. Y es un hecho que cuanto más poder menos control. Dentro de esa escala los profesores están muy por debajo, pero ya se creen dioses con derecho a todo, y el principal problema es que están ejerciendo ese poder sobre niños inocentes.

      Gracias por tu apoyo. De verdad que quería contarlo. Y el blog era mi oportunidad.

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    2. Aida, muchas gracias por tu relato. Has sido muy valiente contándolo y me está haciendo recordar algunas cosas de mi niñez de las que tengo que ocuparme!. Y te diría lo que creo que es la gran pregunta , ¿qué vamos a hacer con todo esto? . Abrazo enorme

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    3. Gracias a ti por leerlo :)
      Es una gran pregunta, sí. Y las únicas respuestas que se me ocurren son: no llevar a los niños al colegio, o no tener hijos.

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    4. Vaya historia Aida!!! gracias por compartirla con tus lectores y enhorabuena por atreverte a contarla y para ello revivirla, has hecho bien, así lo has sacado fuera... yo he tenido malos profesores pero sinceramente he tenido mucha suerte y ninguno en ese sentido, malos laboralmente pero no personalmente, pero si que me parece algo imcreible que los profesores tengan tanto poder, recuerdo muchas historias de la juventud de mis padres y lo que sus profesores les hacían (aun mucho peor que lo que tu cuentas, imagínate!!!) y no debería haber pasado nunca y aunque ahora ya no sea de una manera tan evidente, no debería seguir pasando lo que tu cuentas...
      levantémonos todos contra las injusticias y protestemos!!!
      no vivamos como borregos que acatan ordenes sin poder hacer nada al respecto!!! nosotros si podemos y aunque no sea fácil ponerle solución, por lo menos utilicemos nuestra "libertad" de expresión!!!
      un besazo y sigue sorprendiéndonos con tus entradas al blog!!!

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    5. Gracias por el comentario. Esta es una entrada muy importante por todo lo que supone, y aún así, lo que me pasó en secundaria (quitando el primer año), fue mucho peor, tal como la profesora predijo. Pero contar eso ya es más complicado, sobre todo porque el culpable ahí no fue un profesor en concreto, ni siquiera dos, ni tres, ni cuatro. Había muchos más, como las asignaturas. Aparte que a día de hoy sigo sin explicarme bien qué es lo que me pasó hacia el final, pero, ¿quién sabe? Quizás un día me atreva a contarlo.

      Si te interesa saber qué cosas se proponen para mejorar el sistema educativo, te recomiendo que veas el vídeo de Jaime Altozano, un youtuber que habla sobre todo de música y que sigo desde hace tiempo: https://youtu.be/ny61lc2xiZk

      Y para un documental más exhaustivo, te recomiendo este: https://youtu.be/soY7R2wWE3I

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  2. Jope aidi, me acabo de quedar de piedra y mas habiendo leido esta semana en el periodico lo del suicidio del niño del instituto de madrid que se tiró desde el sexto piso de su casa porque sufria bullying en el instituto, debe de ser horrible no quiero imaginarmelo y mas aun que le pase eso a un ser querido y que encima nadie haga nada, me crea una impotencia, una rabia y una mala ostia tambien que vamos.... Que triste que haya alumnos así y lo peor que aunque a algunos estoy segura de que los han educado bien y sus padres no están de acuerdo con el comportamiento horrendo y asqueroso de sus hijos, otros padres son casi peor que los niños y los profesores hacen miran para otro lado.. Increíble menudos docentes qie tenemos en algunos institutos, vamos que lo de vocación de profesor y educador tienen cero!!!!! En fin, solo decirte ahora que animo que hay mucha gente que te quiere y te apoya y que hay que intentar ser feliz aunque muchas veces cueste un poquiiiiiito!! Un bso enorme, eres mu grande aidi!!!!

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    1. Muchas gracias por tus palabras, prima. Si quieres asustarte de verdad no sólo ya con la indiferencia, sino con la normalización de las depresiones o los suicidios producidos por un sistema educativo militarizado, te recomiendo que veas este documental, o al menos la parte en la que habla de Corea del Sur, el país con los alumnos más productivos y más traumatizados del mundo. También habla del acoso escolar, y de un niño de tan sólo ocho años que se suicidó por eso. Para mí no hay nada que esté peor en el mundo que el sistema educativo, el cual se mantiene exactamente igual que cuando se diseñó durante la revolución industrial para fabricar adultos productivos, dóciles, débiles, enfermos, o lo que la sociedad quiere que seamos todos: robots sin sentimientos ni personalidad propia que encajen perfectamente en el sistema, porque los que no lo hacen, no tienen derecho a vivir. Eso es lo que nos enseñan a todos desde pequeños.

      https://www.youtube.com/watch?v=7fERX0OXAIY&t=1416s

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  3. Menuda tirana, madre mía... Cuánto siento que tuvieras que pasar por eso, y cuánto me alegra ver tu valentía para contarlo.

    Me ha dolido saber que pasabas el recreo sola en las escaleras. Yo hacía lo mismo, me temo.

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    1. Lo verdaderamente desgarrador no es que fuera una tirana, sino que al contarle esto a alguien en persona o en internet, a un desconocido o a los mismos alumnos que también pasaron por sus manos, reaccionen diciéndome que soy una exagerada, que ellos no lo vivieron así, o que la culpa es mía por no dejar las tareas que mandaba sin hacer ya que no podía con ellas. Me temo que si esto hubiese sido tan fácil yo no me sentiría tan incomprendida.

      Un fuerte abrazo de la Aida del pasado a la Diana del pasado :)

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  4. Bueno, a mí, de entrada, nunca me gustó la escuela tal y como la conocemos y todo lo que tiene que ver con ella. De hecho, y ya peino canas, viéndolo desde la perspectiva del tiempo y sumándole tu entrada, estoy convencido de que tuve que abandonar mi verdadera educación para ir a la escuela. Joder, son los estados quienes educan, siempre en favor de sus intereses. La escuela y lo que allí se imparte, el qué y el cómo, no es más que un medio. En fin: he tenido profesores que eran buenas personas, y como tú, he tenido profesores que eran auténticos hijos de puta. Y también los que no eran ni una cosa ni otra.

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    1. De nuevo muchas gracias por tu comentario :)

      A mí tampoco me gustó jamás la escuela. De hecho considero inhumana e innecesaria la experiencia traumática de separar a los niños de sus padres con sólo tres años para enfrentarlos con una realidad que sigue siendo inamovible. El sistema educativo se mantiene igual que cuando se diseñó durante la revolución industrial para fabricar adultos sin personalidad propia que encajen en el sistema laboral. Quienes no lo hacen parece que no tienen derecho a vivir. La cuestión es: ¿cambiará esto alguna vez?

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