La magia del cine en mi infancia (2002-2005)

"Pero te aseguro que quien nos quiere no nos abandona jamás. Y siempre podrás hallarlos... aquí".


No voy a hablar de Harry Potter. No creo que quede nada por decir de esta saga millonaria que ha formado una legión de fans en todo el mundo, además de una franquicia de medios que sigue generando ingresos mediante la venta de la licencia en todo tipo de productos de consumo. De hecho, es en esto último en lo que me gustaría centrarme, así como en las ocho películas y en los siete libros, pero desde mi propia experiencia al adentrarme en este universo cuando tenía siete años.

MIÉRCOLES 2 DE ENERO DE 2002

Mi versión del cromo de Dumbledore de las ranas de chocolate, el primer objeto mágico que me dejó anonadada; mi varita hecha con un palo de algodón de azúcar tallado en la punta, con el mango de papel e hilo de cocina pintado de marrón; y una libreta con los cromos de las películas e información sobre ellas a modo de libro de Norma Editorial.

Cuando mi madre me llevó al cine a ver Harry Potter y la piedra filosofal, pasó algo que a día de hoy ya no sucede tanto: no quedaban entradas y tuvimos que marcharnos a casa. Recuerdo que ella me lo había ocultado como una sorpresa y yo no sabía qué película íbamos a ver. Al preguntarme de regreso a casa cuál creía que era, yo, que apenas conocía Harry Potter pero en cambio sí había oído hablar a los niños de mi clase de El señor de los anillos, le dije que esta última. Mi madre creyó entonces que esa me hacía ilusión, aunque debido a que la calificación era para mayores de trece años no me dejó verla en aquel momento, lo cual le agradezco. Es más, la sacrificó por ir al cine a ver conmigo Harry Potter. Cuando llegué a casa me esperaba un álbum de cromos de la película, como si ella ya supusiese que esta me fuese a encantar, pero yo me sentía tan abrumada por lo que acababa de ver en la pantalla que todavía era incapaz de emitir ningún juicio. Me había maravillado y asustado a partes iguales. De hecho, la frase final del personaje de Hermione al cabo de la aventura definía sorprendentemente bien mis sensaciones en aquel momento, y a día de hoy aún me intriga la intención de estas palabras, porque creo que sólo un niño que no ha visto nunca una película de la talla de Harry Potter puede identificarse con ellas: "Se hace raro volver a casa, ¿a que sí?". Es similar al término que acuñó el cineasta Peter Jackson en el prólogo de un libro en referencia a cintas como El señor de los anillos, Titanic o Avatar: Suspensión de la realidad. O, como yo prefiero llamarle: metaficción. La capacidad de entrar tanto en una historia que esta se confunda con la realidad.

La muñeca de Hermione que pude encontrar en su momento de la marca Mattel, la agenda electrónica que me regaló mi prima, y los cromos de las ranas de chocolate que había a la venta en el supermercado.

Así comencé a leer todos los libros de la saga antes de ir al cine a ver la correspondiente adaptación, como ya dije en la entrada Los libros de mi infancia, y no tardé en experimentar una obsesión de la talla de Digimon. El problema es que dicha obsesión no se podía templar con la compra de productos de consumo de todo tipo, básicamente porque estos aún no existían, cosa que agradecieron mis padres. Peluches deformes de los tres protagonistas, Grageas Bertie Bott de todos los sabores menos los malos, ridículos juegos de mesa... al final sólo se salvaban los escenarios de Lego. Así que pensad en esto cuando podáis compraros la varita de cualquier personaje de la saga: los fans de toda la vida no podíamos ni completar un mísero álbum de cromos de la película. Por suerte, a la escasez de bienes materiales siempre va unida una gran proliferación imaginativa, y nunca podré olvidar los juegos que llevaba a cabo con mi prima cuando venía de viaje a mi ciudad. Yo era Harry, ella Hermione, y a veces mi hermano pequeño era Ron, sin tener ni la más mínima idea de quién era este, claro está. Entre las dos cogíamos hojas de papel en sucio y las grapábamos a modo de libreta de deberes. La única libreta de deberes que yo podía amar, pues sus preguntas enfocadas en el mundo mágico era capaz de contestarlas sin ningún esfuerzo.

Curso de ajedrez de Harry Potter de Planeta DeAgostini, el cual mucha gente compró sólo por las figuras. En mi caso, además, estaba el cabreo que pillé al descubrir que el giratiempo de Hermione no me lo podía colgar al cuello sin hacer el ridículo, puesto que en la foto parecía mucho más pequeño.

En referencia a las películas debéis saber que mi favorita es la tercera, El prisionero de Azkaban. Sé que está considerada como la mejor, pero es que en mi caso supuso una auténtica revolución. No sólo hubo que esperar por ella más que por las otras, sino que los escenarios, el vestuario, la música y hasta el tono habían cambiado completamente. Y para mejor. Yo me morí de miedo con la escena del hombre lobo, aunque a partir de entonces se convirtió en una de mis criaturas mágicas preferidas, haciendo que empezara a ver otras cintas con esa temática. Remus Lupin sigue siendo mi personaje favorito de toda la saga, y es por él que ya no concibo a los hombres lobo de otra manera. Debido a esto la cuarta entrega me decepcionó exceptuando por la aparición de Lord Voldemort, y la quinta, La Orden del Fénix, es mi segunda película favorita a diferencia de la mayoría de la gente. Sólo diré que la escena de los chicos enfrentándose a los mortífagos en el Ministerio de Magia, es decir, usando por fin las varitas para lo que deben usarse, para luchar, me emocionó y me deprimió por igual porque yo también quería formar parte de ese momento. Y nunca aprobé ni aprobaré que el último libro se adaptara en dos películas lentísimas que apenas cuentan algo interesante. Por eso, si he de escoger un libro, supongo que este sería el sexto, El misterio del príncipe, por toda la parte en la que narran el pasado de Voldemort, omitido en la correspondiente cinta.

EL SEÑOR DE LOS ANILLOS

La fascinación que me causó el descubrimiento de los elfos gracias a esta historia me llevó a escribir también sobre ellos.

Basta con el inicio, sólo con el inicio de la primera película para saber que acabamos de entrar en un mundo completamente distinto. La voz, las frases, la música. Suspensión de la realidad. Metaficción. A día de hoy todavía no existe ninguna otra obra del séptimo arte que haya sabido convertir las claves de la fantasía en imágenes con tanta precisión. 

Yo vi las tres películas posiblemente con diez años, cuando ya se habían estrenado en cines y mis padres ya las habían ido alquilando en DVD para poder verlas, proponiéndome descubrir una cada sábado en el mes de junio. Yo venía de ver Harry Potter y la cámara secreta, aún no me había cambiado la vida Harry Potter y el prisionero de Azkaban, que lo haría el siete de julio, y tuve que admitir que El señor de los anillos la superaba con creces. Era otro nivel, y podría pasarme el rato hablando de la trilogía, sin embargo, como películas de tres horas que son al igual que Titanic, no las habré visto más de cuatro veces, y hace mucho tiempo. No me las sé de memoria como muchos fans, y aunque también me he leído El señor de los anillos, debo confesar que no me ha transmitido la magia y la emoción con tanta fuerza como las películas. Estas me han ocasionado más preguntas que respuestas, pero los libros me han cansado con su retórica marcadamente mitológica. O eso es lo que recuerdo. En estos se le concede más importancia al contexto que a los personajes, mientras que en las adaptaciones es al revés, lo cual es imprescindible para que yo conecte con la historia. Pero si he de destacar algo de esta trilogía de fantasía es su carácter itinerante. El viaje que llevan a cabo los protagonistas les garantiza un sinfín de aventuras además de una enorme empatía con el espectador cuando llegan al final, siendo esto más complicado en narraciones como las de Harry Potter, situadas en un espacio cerrado aunque cambiante como es la escuela de magia. Y es esta magia lo que yo echo en falta en El señor de los anillos, por eso Dragon Age es mi historia de fantasía favorita, porque los magos y los peligros que encierra su magia están en un primer plano. 

Y ahora me gustaría contaros mi primera impresión con La Comunidad del Anillo. Lo primero que me llamó la atención, además de la atmósfera que desprendía cada frase, cada plano, cada sonido, y que indudablemente estaban ahí con el objetivo de trasladarte a otro mundo, era la oscuridad de este. Los peligros de la propia magia del cine, que te habían llevado a un lugar no tan amable como cabría esperar. Los Nazgûl daban miedo; Gollum, la otra criatura que perseguía al grupo, también. Y aun así, era fascinante. Una escena que me impactó tanto como para tratar de imitarla en mi primera novela, fue cuando Gandalf comenzó a leer el libro de la Cámara de Mazarbul, junto a la tumba de Balin, en las Minas de Moria. Recuerdo que yo tenía los pelos de punta ante las frases que este lee en voz alta: "Tambores en lo profundo... No podemos salir... Ya vienen...", poco antes de que a los protagonistas les suceda exactamente los mismo que a aquel que las escribió, dejándome de piedra. A esto se le sumaba el hecho de que yo no veía películas tan largas, y menos una en la que podía adorar cada uno de sus segundos. Tras la mencionada escena, cuando el grupo consigue librarse de los orcos y Gandalf dice lo de: "El balrog, un demonio del mundo antiguo. Este rival los supera a todos", yo estaba que me subía por las paredes gritando en voz alta: "¡¿Aún hay más?!". Y no exclamaba esto porque ya estuviese harta, no. Lo decía porque de verdad parecía que aquella historia no se iba a terminar nunca, que aquel mundo jamás se iba a desvanecer de delante de mis ojos. Pero al final lo hizo, con un cierre de los que encogen el corazón, aunque no todas las lágrimas son amargas...

LAS CRÓNICAS DE NARNIA

La escena en la que Lucy abre el armario por primera vez me parece una de las más mágicas que he visto nunca.

Como alguien que también se ha leído los siete libros de Las crónicas de Narnia puedo afirmar que se trata de una historia marcadamente religiosa, por no decir que sería una adaptación de la Biblia para niños, con la correspondiente creación del mundo y su juicio final. Sin embargo, cuando vi El león, la bruja y el armario con once años, me quedé fascinada ante la idea de cuatro niños normales que accedían a un mundo poblado de criaturas mágicas mediante un armario no tan normal. Sí, ya sé que esta premisa no es muy diferente de aquella película que me cautivó años atrás, El viaje del unicornio, pero es que una dirección cuidada y unos buenos efectos especiales contribuyen mucho a las historias de fantasía. Por no hablar de su mágica y épica banda sonora, que es una de mis preferidas. El león, la bruja y el armario es la adaptación cinematográfica más fiel que he visto en mi vida. Cuando me leí el libro comprobé que la cinta seguía todos y cada uno de los acontecimientos de la trama y en el mismo orden, a veces incluso con frases literales, y sólo con alguna que otra cosa añadida como el inicio del bombardeo de Londres. Esto ya no ocurriría con las dos siguientes películas, aunque El príncipe Caspian llegó a gustarme más que la primera. Los personajes habían crecido, la magia había desaparecido y todo era más triste, pero también más realista.

Cuando comencé a leer los libros descubrí que la adaptación de El león, la bruja y el armario se correspondía con el segundo de ellos, comprendiendo que Las crónicas de Narnia se podían leer de dos maneras: según el orden de publicación original, que es el que siguen las películas, o según la cronología de su narración, adoptada por la editorial Destino Joven, que es la que yo poseía. El primer libro según esta última, El sobrino del mago, es mi favorito. Me pareció el más oscuro y misterioso de todos, con los anillos mágicos para viajar a otros lugares como el Bosque entre los mundos, un bosque en el que se respiraba una paz contagiosa y cuyos idénticos estanques servían para acceder a Narnia y a Charn, hogar de Jadis, la futura Bruja Blanca. Charn es seguramente el mejor recuerdo que me llevo de la saga, pues es descrito como una ciudad desértica y en ruinas, sin presencia de vida a excepción de unas extrañas estatuas de cera que incentivaron mucho mi imaginación.

Si he de destacar una escena de esta inacabada saga cinematográfica, sería el momento en el que Lucy encuentra el armario y entra en Narnia por primera vez. Esta presentación es de lo más impactante y solemne, pues la niña va corriendo por la casa mientras suena una canción antigua, la cual se detiene con un efecto de eco en cuanto ella abre la puerta de la habitación en la que está el armario oculto por una tela. Una música mágica empieza a sonar con suavidad mientras Lucy se aproxima a este y retira la tela que lo cubre con un efecto de cámara lenta. La música se intensifica cuando el armario se revela en todo su esplendor y la niña se introduce en él, avanzando de espaldas hasta encontrarse con algo imposible: abetos nevados. Si esta escena no te maravilla como al propio personaje, será muy difícil que todo lo demás llegue a emocionarte, por suerte, para eso están los hermanos mayores de Lucy, que piensan y actúan como lo haría un adulto. No obstante, esta película cumple con su función: seguir viendo la fantasía a través de los ojos de un niño.

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