Cómo sobrevivir a una novela de vampiros (parte 1)

Mi desaparición se debe, tal como habéis leído en el título de esta entrada, al enorme esfuerzo que me está llevando escribir una nueva novela, la cual no trata solo de vampiros. No obstante, he decidido compartir con vosotros una parte de mi trabajo de investigación por si os halláis en las mismas circunstancias que yo. Dicha investigación es un resumen del ya mencionado prólogo de la antología de relatos Vampiros de la editorial Atalanta.
 

I-GENEALOGÍA

ORIGEN DE LA PALABRA
La palabra vampir aparece en letra impresa en Alemania a principios del siglo XVIII, para designar algo tan dudoso y repugnante como un cadáver que abandona su tumba por las noches y succiona la sangre de los vivos para prolongar su incierta existencia.
 
MESOPOTAMIA 
Los sumerios distinguían tres clases de demonios: los seres medio humanos, medio demonios; los demonios propiamente dichos o espíritus puros como los dioses, capaces de propagar epidemias; y los muertos que, en lugar de descansar en sus tumbas, se mueven por el aire, sobre el suelo o bajo tierra. El elemento erótico surge también muy temprano. En una vasija prehistórica ya encontramos la representación esquemática de un hombre copulando con un vampiro femenino cuya cabeza ha sido seccionada del cuerpo. Según Montague Summers, la imagen de la cabeza cortada indica una clara intención mágica de conjuro para ahuyentar su presencia. Inanna era la diosa del amor, de la guerra y protectora de la ciudad de Uruk.
 
TRADICIÓN HEBREA 
En la tradición hebrea se vuelven a encontrar estas mismas características en Lilith y sus hermanas. Esta figura tiene un especial interés por ser el nexo entre la demonología babilónica y la hebrea; y más tarde, entre la judía y la cristiana. Lilith es un poderoso demonio alado de cabellos largos y serpentinos cuyo cuerpo desnudo y sensual acaba a veces en forma de serpiente, como la Melusina medieval. Según la tradición rabínica, Lilith fue la primera mujer de Adán, a quien, tras una violenta disputa, abandonó en un ataque de ira. Yahvé envía entonces a tres ángeles para hacerla volver al redil, pero ella se niega a obedecer y se rebela contra el mandato divino. Así que Yahvé la condena, y Lilith se convierte en un demonio nocturno volador que ha de alimentarse de sangre. Según algunas etimologías, su nombre en hebreo procede de la palabra babilónica Lilîtu, que, a su vez, puede provenir de raíces sumerias aún más antiguas, como lalu, que significa «lujuria», o lulû, «desenfreno». De ahí su lascivia con los hombres. Peligrosa, despiadada, Lilith tiene por costumbre robar los recién nacidos a sus madres para alimentarse de su carne y chupar su jugo vital.
 
TRADICIÓN ISLÁMICA 
Con rasgos muy parejos encontramos en el mundo islámico una clase de genio jinn, llamado gul, o algola (como lo tradujo Rafael Cansinos Assens), procedente de la estrella Algol, conocida como la «estrella del Diablo». Este demonio necrófago frecuenta de noche los cementerios en busca de su frío y apestoso alimento; pero los cadáveres no constituyen su única forma de nutrirse. Como Lilith, su afición a los niños es bien conocida: corre tras ellos con avidez y los desvía astutamente de su camino para llevárselos a un apartado lugar solitario y succionarles toda la sangre. Cuentan que su apariencia humana es tan verosímil a los sentidos que, a veces, llega a casarse con incautos y candorosos maridos que un buen día la repudian al descubrir el horror de sus inmundas costumbres asesinas. En Occidente, el gul nos es familiar por la historia que relata Sherezade la quinta noche de su cautiverio.
 
CHINA
Ya en el 600 a.C., el sabio chino Tse Chan refiere que un hombre muerto puede convertirse en un demonio temible si su alma rehúsa salir del cuerpo. Igualmente repulsivos son los espíritus malignos de China que producen locura e infligen la muerte. Los peores, los vampiros ch’iang shih, que animan cadáveres y evitan su descomposición al formar un ente completo y reavivarlos a partir de una calavera o unos cuantos huesos. Tienen los ojos enrojecidos y llameantes, garras afiladas y el cuerpo cubierto de un pelo pálido ligeramente verdoso. En su obra Liao Chai (1679) el melancólico Pu Songling nos dejó un hermoso cuento sobre esta clase de vampiro. 
 
INDIA
En la India antigua no es tan frecuente encontrar vampiros con rasgos similares a los occidentales; los vetalas y los rakshasas tienen las mismas características, salvo los ojos, que son dos inquietantes ranuras.
 
EGIPTO
Entre las innumerables fórmulas que utilizaban los antiguos egipcios en sus largos y elaborados rituales funerarios, había una que servía para impedir que los cuerpos, mientras el alma se separaba de ellos, cayeran presas de un espíritu maléfico que pudiera reanimarlos y hacerles salir de la tumba. El mito de la diosa Sejmet está relacionado con una sed insaciable de sangre, y por consiguiente, con el vampirismo.
 
GRECIA
En la antigua Grecia, la primera analogía con el vampirismo es el séquito de Hécate, entre cuyas figuras hay que destacar la empusa, demonio femenino capaz de adoptar tanto la forma de un animal como la apariencia de una hermosa doncella. Bajo este último aspecto, solía visitar a los hombres dormidos, acostarse junto a ellos y morderlos y chupar su sangre dulcemente hasta provocarles la muerte. 
 
ROMA
La versión latina de la empusa la tenemos en Lamia, cuya leyenda nació en la Libia romana. Hija del rey Belo y la sibila Libia, sedujo a Zeus y acabó teniendo varios hijos suyos. Pero de todos ellos sólo sobrevivió Escila, al ser asesinados los demás por Hera, que estaba poseída por los celos; esto determinó el destino de Lamia hacia el lado oscuro. Pero si los dioses pueden pasar de una forma a otra con total autonomía sin variar en nada su esencia, los seres como Lamia son prisioneros de una única forma y patrón de comportamiento: la del monstruo.
 
Cuenta también la leyenda que Zeus concedió a Lamia el don de poderse sacar los ojos de sus cuencas para seguir viendo mientras dormía. Lo malo era cuando, insomne, se ponía a vagar de noche, sedienta de sangre, en busca de algún niño para desangrar. Más tarde, como explica el licantropólogo Erberto Petoia, «cuando se añadió al mito de la sangre el elemento erótico, la lamia se unió a las empusas, adquiriendo las mismas características del súcubo».

II-MORFOLOGÍA

ANTIGÜEDAD
Sus atributos son humanos y animales. Es capaz de transformarse en otros seres aparentes, siempre combinando la cualidad del aire (alas y garras), de la tierra (cola de serpiente y ardor sexual), del fuego (ojos llameantes), del agua (cola de pez) o la noche (semejanza con fantasmas y murciélagos). Siempre será fiel a esta anatomía simbólica que define su esencia.

SUPERSTICIÓN POPULAR
Sin duda, los rasgos morfológicos del vampiro literario comienzan a dibujarse en su imagen preliteraria, que emerge directamente de las supersticiones populares, sobre todo eslavas. El vampirólogo Montague Summers describe al vampiro como «extremadamente flaco y encorvado, de rostro horrible y ojos en los que reluce el rojo fuego de la perdición. Cuando ha saciado su apetito de cálida sangre humana, su cuerpo parece tremendamente hinchado y saciado, como si fuera una gorda y enorme sanguijuela a punto de reventar. Frío como el hielo, pero febril y ardiente como una brasa encendida, su piel guarda la palidez de la muerte y los labios son rojos, gruesos e inflamados; los dientes, blancos y brillantes; y los colmillos […] aparecen sensiblemente afilados y puntiagudos».

Según Ornella Volta, los vampiros difieren según las regiones, aunque todos ellos tienen ciertas características siempre comunes:
–Rostro delgado, de una palidez fosforescente.
–Espeso y abundante pelo en el cuerpo, cuyo color suele ser rojizo, como el vello en la palma de sus manos.
–Labios gruesos y sensuales que encubren sus agudos colmillos, cuya mordedura tiene poderes anestésicos.
–Uñas extremadamente largas.
–Orejas puntiagudas semejantes a las de los murciélagos.
–Olor nauseabundo.

DRÁCULA
Por un lado, atribuye a su vampiro todos los rasgos aristocráticos del modelo byroniano fijado por John William Polidori y James Malcolm Rymer, pero, por otro, había estudiado a fondo las tradiciones rumano-húngaras: rostro «aguileño […] frente alta y abombada, y el cabello escaso en las sienes, aunque abundante en el resto de la cabeza. Las cejas, muy pobladas, casi se le juntaban en el ceño y tenían el pelo tan tupido que parecía curvarse por su misma profusión. La boca […] era firme y algo cruel, con unos dientes singularmente afilados y blancos que sobresalían por encima del labio, cuyo marcado color rojo denotaba una asombrosa vitalidad para un hombre de su edad». Por lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas en la parte superior.

VAMPIRESA
Fiel al modelo clásico, aunque sin ninguno de sus atributos zoomórficos, la vampiresa conserva en cambio todos sus atractivos humanos, sin perder ninguno de sus encantos. Es delgada, de formas armoniosas, pálida, melancólica, inquietante pero a la vez sutilmente voluptuosa. Sus ojos suelen ser de un negro profundo, con una extraña intensidad realzada por su larga y oscura cabellera suelta, que le cae sobre los hombros. Su boca es «fina y fría como la muerte», y sus blancos dientes son largos y afilados «como dos lanzas» o «dos alfileres».

III-INMORTALIDAD

A diferencia del fantasma, el vampiro tiene cuerpo; y lo más importante: es su propio cuerpo. No es un muerto, ni un vivo, sino, como dice Summers, «un andrógino del mundo espectral». Pertenece, pues, a un estado intermedio entre la vida y la muerte: está muerto, pero todavía conserva su vitalidad gracias a la energía que le proporciona la sangre de los vivos. Para él, la terrible ruptura entre la vida y la muerte no existe como tal; la ambigua simbiosis entre sangre y pasión, entre víctima y verdugo, une la vida a la muerte en una continuidad que sólo la imaginación puede concebir.

Toda esta turbia concepción escatológica está ligada lógicamente a las más ancestrales creencias religiosas. Sólo que aquí no se trata de la consabida fe en la inmortalidad del alma, sino en la inmortalidad del cuerpo. El origen de este credo ancestral es una herencia de los sacrificios humanos, aunque no se transmite a la figura del vampiro moderno por esta vía, sino a través del trasfondo cristiano, que da una nueva forma y significado a esta creencia.

Recordemos las palabras de Cristo: «Aquel que coma mi carne y beba mi sangre tendrá la vida eterna». El vampiro hace la misma promesa, sólo que declara un rotundo NO a Dios; y en su rebelión extrema, invierte el mundo de los vivos y los muertos y pervierte toda esperanza en la salvación, prometida por el cristianismo, de alcanzar una vida eterna espiritual. En lugar de ello, el vampiro promete, aunque en condiciones sumamente lúgubres, lo que parece ser una continuidad de la vida, al conservar incorrupta la cualidad vital y sensual de la carne.

IV-SANGRE

ANTIGÜEDAD
Para el hombre arcaico, la sangre y el aliento son las fuerzas dinámicas que hacen posible la vida. Esta idea, como señala Jean-Paul Roux, muy probablemente se remonte al Neolítico o, tal vez, aún más lejos. Aparece plenamente formada en Babilonia, donde el hombre ya es representado por un cuerpo y un espíritu creados a partir de una arcilla mezclada con la sangre de un dios.

TRADICIÓN CRISTIANA
Siglos más tarde, la Iglesia romana se pronunciará en términos semejantes: la sangre es el asiento del alma; por eso hay que protegerse de sus malos influjos. De ahí que la Biblia repita muchas veces la prohibición de alimentarse de sangre. En el Levítico se advierte que «la vida de la carne está en la sangre» (XVII, 11 y 14). En el Génesis de la Biblia de Ferrara 1553, dice Yahvé: «De cierto, carne con su alma, su sangre, no comeréis» (IX, 3-5). Es la versión más extendida. Pero Casiodoro de Reina introduce una variante sugestiva en su traducción (Biblia del Oso, 1569) al decir Yahvé: «Todo lo que se mueve, que es vivo, tendréis por mantenimiento; como verdura de yerba os lo he dado todo; empero la carne con su ánima, que es su sangre, no comeréis; porque ciertamente vuestra sangre, que es vuestras almas, yo la demandaré».

SIGLO XIX
Éste es el sentido que dieron los teósofos y espiritistas del siglo XIX al vampiro. Según ellos, lo que chupa realmente el vampiro no es la sangre física sino la energía vital del cuerpo etérico. La sangre, considerada el receptáculo donde reside la vida, asume el sagrado poder de prolongarla. Y con ello llegamos al núcleo de esta antigua creencia. La razón por la que los muertos se afanan en buscarla.

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